lunes, septiembre 03, 2007

Independence day


De todos los lugares del mundo donde podría haberme dejado caer, me decidí por Urbanova. Era un sitio tranquilo, apacible y al lado del mar. Todo lo que una persona como yo necesitaba para apaciguar su alma y pasar la transición a la madurez total de la forma menos traumática posible, porque, aunque me estaba quedando calvo como un buitre leonado, era un crio que aún no había terminado de estudiar y daba sus primeros pasos en el mundo laboral de verdad.
El caso es que finalmente, y después de realizar un gran esfuerzo económico, me decidí por aquel apartamento que anunciaban en la inmobiliaria, sin demasiadas esperanzas por si acaso resultaba un fiasco. Sin embargo, cuando llegué por primera vez a aquel lugar comencé a notar un pequeño retortijón en el estomago. Tal vez fuera la emoción, o el plato de judías con chorizo y arroz que me había tomado la noche anterior, pero, en cambio, mi mente lo tomó como una señal divina. Aquel sitio era perfecto para mí. Desde aquel balcon se divisaban tres horizontes salpicados por algunos edificios circundantes: a un lado el esplendor de Alicante ciudad, con su majestuoso castillo iluminándose por las noches para advertir con su cara de moro a todo aquel que nos desafie que somos un pueblo recio, fuerte y con el valor suficiente como para expandir nuestros brazos por toda la provincia. Al otro, los arenales del sol, territorio conquistado por elche para el deleite de sus habitantes, colonizado de saqueadores y preciosas vistas a las dunas de un desierto que se yergue frente al mediterráneo. De frente, la magestuosidad del mar que nos toma como su aliado impertérrito y nos recompensa por nuestra fidelidad con la furia de la tormenta y la calma del viento de levante.

Fue un impulso. Dije que sí en el acto. Me daban igual las condiciones. Ese lugar debía ser mi primera casa fuera del entorno familiar. Debía ser mi nuevo hogar. Sin embargo, la aventura que me aguardaba no había hecho nada más que empezar.

Continuará