lunes, enero 28, 2008

El dormido de la montaña (quinta parte)



Ahhh. Tiempo de relax. Ya sabes lo que eso significa. Un vaso de vino. Te sientas en tu sillón favorito y por supuesto un compac sonando en el estereo. Así que dale al tema, eso está bien. Tira tus zapatillas, pon tus pies en alto, disfruta de la melodia y lee estas líneas. Pero antes de todo esto, no olvides sacar tu bestia salvaje.

Mi coche estaba destrozado. Después de mi acto psudosuicida me encontraba en mitad de ninguna parte con una brecha en la cabeza y un montón de hierros retorcidos esparcidos en unos diez metros a la redonda. Sin duda alguna, estaba a punto de descubrir algo importante. Si no, no habrían intentado matarme. No tardó mucho en llegar la guardia civil y una ambulancia. Mi historia les extrañó y creyeron que estaba borracho, o drogado, pero por supuesto todas las pruebas dieron negativo y no me empapelaron. Me llevaron hasta mi casa con lo poco que pude sacar del maletero y con la advertencia de que a partir de ahora estaría vigilado, pero aquello no me preocupó en absoluto. Tenía la certeza de que algo grande se escondía tras aquella hilarante historia, y yo lo iba a descubrir tarde o temprano.

Me quedé dos dias encerrado en casa, intentando recomponer el puzzle que tenía entre manos. El album de recortes de Walter, la conversación con Charles, el intento de asesinato... todo me llevaba al siguiente punto del mapa: la casa de Howard Phillips Lovecraft, uno de los pocos supervivientes de las expediciones a la montaña. Pero no tenía coche, y mi sueldo no me daba precisamente como para alquilar uno, así que decidí llamar a una amiga que me debía un favor.

- Eres un cabronazo -me dijo nada más llegar- sólo me llamas cuando te interesa.

- Yo también me alegro mucho de verte, Vicky. -le contesté con una sonrisa mientras me acomodaba en su coche nuevo.

- Que sepas, que después de esto estaremos en paz, y como te vuelva a ver por mi pueblo contrataré a un tio empapado en crack para que te acaricie el hígado con un bate de beisbol.

El viaje fue corto pero intenso. Nos pasamos todo el trayecto discutiendo, pero en el fondo sabíamos que todo era de mentira. Vicky era una persona inteligente. Demasiado inteligente para el gusto de algunos, y ello a veces le acarreaba algunos problemas. La última vez que nos vimos había sido unos tres años atrás y fue porque uno de sus ex-amigos quería matarla porque había descubierto que él era piscifílico. No me pregunteis cómo lo hizo, pero lo descubrió y en una provincia tan pequeña como ésta tener una fijación sexual con los peces es casi como ser un pederasta. Aquella noche me llamó desesperada. Aquel maromo entró en su casa y la acorraló en el sótano. Yo llegué al cabo de media hora y tuve una pelea con aquel degenerado. Me dió de lo lindo, pero finalmente entre ella y yo, conseguimos reducirle a base de hostias no consagradas, lo envolvimos en una manta y lo tiramos desnudo con un cartel colgado al pecho que decía "odio a los moros y a los gitanos" en mitad del peor lugar que os podeis imaginar: el parque ansaldo. Al día siguiente el tío estaba en el hospital. A parte de la paliza que le habían dado le habían introducido varios palos astillados por el orto. Aquel tio ya sabía que con nosotros no se podía jugar de aquella manera. Este hecho, en cierta forma, nos unió bastante pero al cabo de unos días cada uno siguió su camino.

Pensando en estas cosas llegamos a la casa de Howard en aquel pueblucho aborrecible. Delante de la puerta había una señora mayor haciendo calceta, sentada en una silla antigua. Me acerqué a ella y le pregunté si podíamos ver al señor Howard, pero no dijo nada. Era como si estuviera sorda y muda, por lo que decidí entrar por mi cuenta y riesgo. Vicky prefirió esperar en el coche.

Cuando entré en aquella casa percibí un olor extraño, como a azufre, pero al mismo tiempo dulce y apetecible. Un largo pasillo se extendía hacia una estancia central que debía ser el salón, y dentro de él se encontraba el extravagante señor Howard Phillips Lovecraft. Un tipo peculiar después de todo. Me sonaba mucho su cara, y si he de seros sincero, había algo en él que me atraía (psicológicamente hablando, claro).

- ¿Howard? -le pregunté

- ¿Quién me llama? -dijo él con cierto aire decimonónico.

- Mi nombre es Victor, me gustaría hacerle unas preguntas.

- ¿Como ha entrado aquí? -me gritó

- Por la puerta - le contesté tranquilamente.

- Ah bueno, si es por la puerta entonces vale. Pero si hubieras entrado por la televisión... ya estarías muerto.

- Sí... eeeh. Disculpe. ¿Conocía usted a Walter Mcckoy y a Charles Dexter Ward?

Howard se levantó de su asiento. Su mirada estaba perdida en los límites de la locura. Miraba al vacío y al mismo tiempo estaba atento a cualquier movimiento que hubiera en la sala. De repente, saltó sobre una de las muchas estanterías que se sostenían en la pared y agarró una indefensa cucaracha.

- Pobrecita -decía mientras la acariciaba- estás sola en el mundo ¿verdad?. ¡Pues te jodes! -y se la metió en la boca para después masticarla lentamente y saborear el crujido de su órganos explotando en su garganta.

Yo estab repugnado, y en cierta forma fascinado. Conforme iba avanzando en la historia el rítmo de los acontecimientos variaba en función de la demencia de los personajes.

-¿Walter Mcckoy? -dijo mientras se limpiaba un líquido amarillo que se salía de las encías- Sí, claro. Fui a buscarle a la montaña, pero el muy imbécil no quiso venir conmigo.

- Asi que ¿Walter sigue vivo? -le pregunté.

Howard se acercó poco a poco a mí. Su aliento apestaba a cucaracha triturada y, la verdad su aspecto me daba ganas de vomitar. Se puso a escasos centímetro de mi oreja y me dijo: "está cantándole nanas al dormido para que no se despierte"

-¿Qué es eso del "dormido"? Nadie ha sabido decirmelo -le inquirí agresivamente como un acto reflejo para quitármelo de encima.

-"El dormido" es uno de los antiguos primigenios que habita en las montañas. En su morada habitan los más terribles demonios de la locura que te trasladan al tercer infierno de la demencia para apoderarse así de tu alma y tu agonía. Se alimentan de lós gritos de terror, del sufrimiento de todos los hombres. Cada vez que un niño llora, ellos disfrutan, cada vez que una persona sufre, ellos engordan. Tienen el poder de atrapar la mente de cualquier ser humano y exclavizarla para sus intereses. Se les conoce como Baroo.

En ese momento me sonó el movil. El tipo se asustó y de un salto salió de la habitación como alma que lleva el diablo. Me dejó con la palabra en la boca. Ya no podría sacarle nada más. Entonces miré el movil. Era Nuria.

martes, enero 22, 2008

El dormido de la montaña (cuarta parte)



Recapitulemos. Creo que os había contado que después de encontrarme con la vieja, me dio un album de recortes de su hijo (un tal Walter) en los que se hacía referencia a distintas desapariciones en aquel lugar durante un periodo de tiempo. Como no tenía otra cosa mejor que hacer, decidí seguir la pista de este caso y fui a buscar a uno de los amigos del sujeto, llamado Charles Dexter Ward. Al llegar a su casa, una chica me abrió y me dijo que estaba en la carcel, y como soy un tonto "metomentodo" decidí ir a ver al tal Charles para hacerle algunas preguntas.
Si he de seros sincero, en aquel momento hice trampas. Creí que lo más conveniente era llevar una grabadora para que no se me escapara ninguna palabra de este cretino, que según pude averiguar por internet, estaba preso por trata de blancas y tráfico de estupefacientes. Era un hueso duro de roer, pero seguro que podía sacar algo en claro de aquella conversación.
Me he tomado la libertad de transcribir esos cinco minutos de intercambio de pareceres para no andarme con rodeos literarios que enriquecerían la narración, pero empobrecería la gran cantidad de información que me gustaría daros:
14 de diciembre de 2004
>>Víctor: Buenos días.
>>Charles: Serán buenos para usted. No le conozco. ¿De donde decía que venía?
>>Víctor: Soy... periodista. Me gustaría hacerle unas preguntas sobre una serie de sucesos que ocurrieron en su pueblo.
>>Charles: ¿Qué clase de sucesos?
>>Victor: ¿Conocía usted al señor Walter Mcckoy?
>>Charles: Ese pobre diablo siempre estaba metido en algún lio. Yo no tuve nada que ver con su desaparición. Él mismo decidió perderse por la montaña.
>>Víctor: Podría explicarme un poco más. ¿No?
>>Charles: ¿A cambio de qué?
>>Víctor: ¿Qué le parece esto? Si me cuenta todo lo que quiero saber tendrá dos cartones más.
>>Charles: Mmmm... Marlboro. Usted si que sabe.
(Tiempo de silencio)
>>Charles: Verá, Walter y yo nos criamos juntos. Nuestras familias eran vecinas y amigas de toda la vida. Incluso llegué a casarme con su prima, pero luego la muy zorra me echó de casa y se quedó con todo mi dinero.
>>Víctor: Continúe, por favor.
>>Charles: Walter nunca pudo superar lo de su padre. Todos sabíamos que los que subían a la montaña o volvían locos, o simplemente no volvían. Nadie en su sano jucio subía a aquel lugar. Está maldito. Se lo dije muchas veces, pero no me hizo caso. Un día, en el año 98, decidió ir para allá él sólo. No supimos nunca más nada. Está con el "dormido".
>>Víctor: ¿Qué es eso del "dormido"?
>>Charles: ¿No se lo han dicho en el pueblo? A los niños pequeños les contamos historias de ese estilo para que no salgan por las noches y sean buenos en casa. Pero le puedo asegurar que el "dormido" es real. Dicen que tiene los ojos bañados en sangre y que se alimenta de las almas de los curiosos que van a verle. Nadie ha sobrevivido en veinte años. Sólo los locos van a visitar al "dormido".
>>Víctor: Pero, explíqueme algo más.
>>Charles: Solo te puedo decir, que el "dormido" despertará un día, y entonces abrirá el sello para que vuelvan los primigenios. Hable con Howard Lovecraft. Él le podrá ayudar más que yo. Es uno de los pocos que volvió de aquel lugar. Está medio loco, pero consiguió volver a fin de cuentas.
>>Víctor: No me ha sido de gran ayuda, señor Ward.
>>Charles: Rece. Lea la biblia, y hagame caso. No vaya a la montaña.
(Fin de la grabación)
Salí del centro penitenciario bastante confuso. Era evidente que conforme iba avanzado mi investigación debía arreglármelas para sonsacar una información que seguramente no todo el mundo estaba dispuesto a compartir. ¿Qué había en aquella montaña para destruir tantas vidas? ¿Qué abobinable ser aguardaba en la cima de aquel paraje para causar tanto terror en la población?.
Me subí al coche dispuesto a cerrar de una vez este círculo y hablar con el señor Howard Phillips Lovecraft. Encendí el motor y salí a la autovía, pero algo no iba bien. La radio no funcionaba. Sólo se cogía una emisora religiosa que vaticinaba el final de los tiempos. Intenté buscar en otra frecuencia, pero nada. Sólo aquella aburrida emisora. En ese momento algo me embisitó por detrás. Miré por el retrovisor. Un todoterreno negro quería mandarme al otro barrio. Aceleré todo lo que pude y comencé a esquivar coches, pero el muy cabrón seguía ahí detrás. Mi automovil no era demasiado potente, por lo que tarde o temprano acabaría alcanzándome. De repente una segunda embestida me hizo perder levemente el control. Mi coche saltó la mediana y me ví súbitamente en el carril contrario. Aquel iba a ser mi final. En un alarde de valentía, o de locura quizás, decidí salir de allí por la única vía posible: el terraplen.

lunes, enero 21, 2008

El dormido de la montaña (tercera parte)

Después de varios días comprendí que aquello que tenía entre las manos no era un simple compendio de sucesos comentados por una mente al borde de la locura.
Aquel álbum estaba repleto de recortes de diferentes periódicos que llegaban hasta el año 1986, y en todos ellos se hacían referencias a desapariciones misteriosas que a día de hoy aún estaban sin resolver. Unas cien personas, entre forasteros y habitantes de la población habían ido desapareciendo en aquellos parajes y nunca más se había sabido nada de ellos. En algunos diarios sensacionalistas lo llamaban "el valle de los desaparecidos". Incluso pude leer que algunos videntes y esotéricos en general habían ido al lugar en cuestión para hablar con los espíritus de los desaparecidos y llevarlos a la luz. Pamplinas de feriantes. Todo aquello me daba muy mala espina, y aunque no tenía nada que ver con ninguna de esas historias que pude leer, la curiosidad llenó las pocas ansias de aventura suicida que quedaban en mi corazón.
Así, decidí localizar al tal Charles para sonsacarle toda la información que tuviera sobre Walter, los desaparecidos, "el dormido" y la madre que los parió a todos. No me fue difícil encontrarlo. En aquel pueblo de casas ruinosas solo había tres familias con apellidos extranjeros: los Lovecraft, los Mcckoy, y los Ward, a quienes pertenecía éste. Su nombre completo era Charles Dexter Ward.
Tuve suerte, y encontré en la guía telefónica su número y su dirección, así que decidí plantarme directamente en la puerta de su casa para hacerle un interrogatorio al más puro estilo de los viejos tiempos. Sin embargo cuando toqué al timbre no apareció él, sino una chica joven, de unos veinte o veintidós años, con cara de pocos amigos y de muchos amantes... de pago.
-Hola -me dijo creyendo que era alguno de sus clientes.
-Buenos dias, estoy buscando al señor Charles Dexter Ward. -le dije intentando no mirarle a los ojos.
-Aquí no está. Hace tiempo que se fue. -masculló
-¿Y no sabrá usted donde podría encontrarlo? -le pregunté un poco decepcionado.
-Eso es fácil si sabes dónde está la cárcel.
-¿Cómo? -le inquirí.
-Allí está desde hace 6 años. - dijo mientras me daba un fuerte portazo en las narices.
En ese momento me quedé pensativo. Esta no iba a ser una búsqueda fácil. Podía dejar mi investigación de pacotilla en este punto y volver a mi vida absurda de vendedor de libros ambulante o continuar y enfrentarme a lo desconocido símplemente por la curiosidad que despertó en mí una vieja ciega. Pero, la cárcel era un lugar demasiado tentador para un gilipollas de las narices como yo. 

martes, enero 08, 2008

El dormido de la montaña (segunda parte)



La mujer interrumpió su relato. Parecía que de aquellos ojos sin vida iban a brotar de un momento a otro rios de lágrimas transparentes por el dolor de sus recuerdos. Sin embargo, lo único que hizo fue levantarse de su silla y salir de la habitación. Me quedé un rato pensativo, imaginándome cómo sería la vida en aquel pueblo y qué terribles misterios se escondían en las montañas que lo rodeaban. La vida en la ciudad era completamente diferente, llena de caos y anonimidad. Allí, el tiempo parecía detenerse. No importaba producir, sólo era necesario vivir.
De repente la vieja apareció en la habitación con lo que parecía un viejo album de fotos con recotes de periódicos que sobresalían por los lados.
- Ten, chico. -me dijo- Esto es de Walter. Si lo encuentras dáselo y dile que vuelva a casa.
- Disculpe, señora. No puedo aceptarlo -le repliqué, pero conforme me lo entregó salió de nuevo de la habitación sin decir tan siquiera "que tenga un buen día".
Llamadme ladrón, egoista, o simplemente imbécil, pero lo cierto es que mi curiosidad era más fuerte que mi voluntad y decidí llevarme aquel album a mi casa para investigar con más calma todo este caso y el halo de misterio que le rodeaba.
Volví a la ciudad, con sus luces parpadeantes y sus ruidos constantes. Aquella mujer me había dejado desorientado. Conforme entré en mi apartamento abrí el album por las páginas centrales para ver exactamente qué me había traido a casa. Allí, había un recorte de prensa del año 76, en un papel amarillo corroido por el tiempo y una serie de líneas a lapiz de lo que parecía ser más un diario que un simple album de recortes.
El artículo decía lo siguiente:
"Sexta desaparición en las montañas del Maigmó"
"Ya son seis las personas desaparecidas en las faldas de la montaña del Maigmó, en lo que va de año. Según fuentes oficiales Manuel F. M. salió de su casa la pasada tarde del viernes para ir a visitar a un amigo suyo cuya casa se ubicaba en la partida rural de bonfató, en las laderas de la montaña. Desde entonces nada se ha sabido de él ni del perro que le acompañaba. La guardia civil ha iniciado la búsqueda por toda la sierra y miembros especiales del cuerpo han comenzado los interrogatorios a familiares y amigos".
A continuación, podían leerse las siguientes líneas escritas con pulso tembloroso.
"El sexto. Queda poco para que llegue el día en el que "el dormido" despierte. He hablado con Charles y he llegado a la conclusión de que él no vendrá conmigo. Prefiere vivir acobardado a enfrentarse al destino. Todos conocíamos a Manuel. Ahora ya son seis los que viven en el monasterio.
Continuará...

viernes, enero 04, 2008

El dormido de la montaña



Las leyendas y las historias de seres sobrenaturales abundan por estas tierras montañosas pegadas al litoral mediterráneo. Las grandes ciudades, más cercanas al mar, olvidan estas voces que cantan sentimientos de profunda tristeza, pero en algunos pueblos del interior todavía se pueden escuchar rondallas que, entre la ficción y la realidad, nos hablan de increibles bestias, espíritus y personajes que, no hace demasiado tiempo, aterraban a la población de campesinos y trabajadores de toda nuestra provincia.
Durante este invierno, y debido a mi poco interesante trabajo, tuve la oportunidad de visitar lugares recónditos que no venían señalados en ningún mapa, donde, en más de una ocasión me encontré con gente extraña que me hablaba en una jerga casi incomprensible y que mucho tenía que ver con el origen de estas historias.
De todas estas, la que más estupor me causó fue la que advertía sobre la existencia un ser llamado "el dormido" en las montañas del Maigmó, un terreno árduo, frío y, sin lugar a dudas, de lo más interesante.
Recuerdo la primera vez que escuche esta historia como si fuera ayer. Por aquel entonces me dedicaba a vender libros infantiles de pueblo en pueblo, buscando siempre algún iluso que comprara un producto de poca calidad a un precio desorbitado. Era un trabajo horrible, pero no más que mi ocupación actual. Después de que me dieran con la puerta en las narices en los colegios y guarderias del pueblo decidí probar suerte con el método tradicional de ir casa por casa a ver si alguien picaba. El resultado siguió siendo el mismo, pero en una de aquellas viviendas destartaladas del casco antiguo del pueblo me esperaba una sorpresa. Apenas golpee la puerta dispuesto a poner e práctica todas mis técnicas de persuasión cuando me abrió la puerta una vieja encorvada con el pelo recogido en un moño blanco como la nieve y unos ojos claros perdidos en algún lugar de mi camisa.
- ¿Walter? - me dijo.
- Perdón señora, ¿tiene usted nietos? -le dije sin escuchar.
- Walter, ¿eres tú?- me inquirió.
- No señora, mi nombre es Victor - le respondí desanimado.
La miré fijamente y entonces me di cuenta de que era ciega. No me quedaba ánimo para continuar con mi labor. Verder libros de mala calidad a una abuela ciega era demasiado, incluso para mí.
-¿Victor? No me suena. ¿Eres amigo de Walter? -prosiguió ella.
- No señora, no conozco a ningún Walter. Discúlpeme, no era mi intención molestarle.
- ¡Chico! -gritó- No te vayas. Ya que has llamado a mi puerta, entra y ayudame con unos trabajillos que no puedo hacer yo sola. Te pagaré.
No sé por qué no me di la vuelta y salí corriendo de aquel lugar. Tal vez fue la imagen de aquella mujer desvalida y sola, así como mi falta de dinero perpetuo. La verdad es que nunca he desaprovechado la oportudidad de hacer un gratificante trabajo con las manos, y si además ayudaba a una anciana, mucho mejor. A fin de cuentas, no soy tan malvado como aparento.
Entré en la casa, a oscuras, palpando las paredes para no tropezar con algún mueble o llevarme un golpe con algún tabique. Nos dirigimos a la cocina y ella comenzó darme instrucciones que seguí al pie de la letra. Después de varias horas haciendo tareas domésticas de todo tipo me invitó a un café y mientras sacaba su monedero comenzó a hablarme:
- Tienes la misma voz que mi hijo Walter. Es un buen chico, te habrías llevado muy bien con él.
- ¿Dónde está? -le pregunté con curiosidad.
- Lo tiene "el dormido". -dijo ella en voz baja
- ¿Cómo? -me sorprendí.
- Al noreste del pueblo hay una montaña enorme donde hace mucho tiempo vivía un hermitaño. Aquel hombre dedicaba su vida a orar y a hacer penitencia. Pocas veces se le veía por el pueblo. Sólo bajaba dos días antes de comenzar el invierno para aprovisionarse de libros y comida. En aquellos tiempos, sabíamos que se acercaba el frío cuando alguien veia al hermitaño por las calles del mercado o en la librería. Pero un año, el frío llegó y el hermitaño no había bajado a por las provisiones. Mucha gente le tenía en gran estima, por lo que, preocupados por su estado de salud, decidieron hacer una expedición para comprobar que el hombre estaba bien y para llevarle los alimentos que normalmente se subia todos los años a la montaña. De aquella expedición de 10 hombres solo regresó uno: mi marido que en paz descanse. Pero ya no era el mismo. Apareció al cabo de dos semanas moribundo y totalmente loco. Decía palabras extrañas y frases sin sentido que en aquel momento nadie sabía que significaban. Decía: "Un primigenio vive en la montaña" y "El dormido ha abierto la puerta". Pobre infeliz. Murió al cabo de dos años diciendo locuras, cuando mi Walter tenía tan sólo 3 años.
Continuará...