Dejadme que os cuente una cosa en esta tarde febril mientras el Frenadol en cantidades industriales recorre mis venas y mi cerebro cual sustituto sanguíneo alucinógeno.
Conozco a gente que tiene mala suerte. Muchos de ellos ni se dan cuenta de su desgracia. Un amigo mio incluso llegó a nacer en un martes y 13... Pero sin duda alguna, yo, vease Víctor M. Fernández, soy el tio con peor suerte del mundo, y lo dicgo con plena conciencia de mis palabras. Y es que, como normalmente se dice, hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada. Yo, por desgracia soy de los segundos. Hasta tal punto ha llegado esta situación que mi visión de la realidad se desvia en realizar actos de orden y desorden cósmico para conseguir algo de esa buena suerte que nunca nunca nunca me llega.
Desde pequeñito siempre he sido así. Yo era un ejemplo claro de que las leyes de Murphy son totalmente ciertas. Si algo malo tenía que ocurrir, me ocurría a mí. Os pondré un ejemplo. Recuerdo que de pequeño, el colegio nos llevó de excursión al zoo. Yo estaba tranquilamente viendo a los monos hacer las chorradas típicas que hacen. Estaba tranquilo, sin pensar ni por un momento que algo malo iba a ocurrirme... pero ocurrió. Estaba rodeado de gente. Habían muchos más niños, pero estaban tan absorto viendo a los monos cómo se desparasitaban que no me percaté de que una salvaje bestia se acercaba a mi espalda para meter su hocico en mi mochila. No era un tigre o un leon. Fue más penoso. Fue un puñetero pony. Un pony me robó el bocadillo de la comida en aquella excursión. Cuando me di cuenta, ya era tarde. El muy ladrón se habia largado con mi bocata de tortilla de patata y yo me quedé llorando en un rincón oculto para que nadie me viera. Patético ¿verdad? Tengo más historias como esa, como aquella vez que me clavaron la cabeza contra el pupitre de un collejón al grito de "el que se pela se estrena", o cuando, en un alarde de deportividad, decidí meterme en el equipo de baloncesto del colegio y al cabo de una semana tenía tres luxaciones en los dedos. Hay muchas más, como cuando me saqué el carné de conducir y al cabo de una semana me quedé sin coche porque nos metimos un hostión con la única farola que había en un descampado de las Atalayas, o como cuando cada vez que voy a la gasolinera y paso la tarjeta me dicen que no funciona porque la banda magnetica está echa polvo.
En fin, detrás de una otra. Hoy me han vuelto a meter otro piño en el coche, encima es el cabron de mi vecino, pero claro, no hay pruebas, no puedo hacer nada. La verdad es que me gustaría que alguna vez me tocara a mí un poco de suerte de la buena. Sí, tener trabajo y salud es de gente afortunada... vale, si a levantarse todos los dias a las 6 de la mañana y tener un catarro del copón es ser afortunado. Siempre hay alguien peor que tú ¿no? Pues no, porque la visión negativa de los hechos es totalmente subjetiva, y a lo mejor un tio que esta viviendo entre cartones es más feliz porque considera que las cosas no le van mal. O alguien al que las deudas no le dejan irse de casa de sus padres con 45 años también puede estar bien. Pero yo, no. Yo veo que hay gente que la vida le pone menos obstaculos para hacer las cosas que a mi, y no me enfurece, pero sí me hace pensar la eterna pregunta ¿por qué? ¿tengo que demostrar algo? ¿soy acaso un superser que tiene que elegir el "level difficult" en todas sus partidas? ¿no soy igual que todos? ¿entonces? ¿por qué tú sólo tienes que pensar que es lo que te vas a poner mañana de ropa y yo tengo que pensar cómo poder salir de todos los problemas que tengo y llegar a fin de mes? La vida nunca es justa para todos, sólo lo es para algunos pocos. De eso os puedo hablar largo y tendido.
Y con la venia de don Febrectal, Frenadol y FrenaTus me voy a ver una peli y a quedarme sopa en el sofá que cuando mejor me lo paso es cuando duermo.
Hoy, una canción que no necesita presenctación: "Promesas que no valen nada" de los Piratas
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