viernes, octubre 03, 2008

Una bonita mentira



La humedad está presente en cada rincón de esta ciudad. Mientras caminamos por las amplias calles del extrarradio, con destino indeterminado, vienen a mi mente recuerdos que suelo tener encerrados en la jaula de mi mente. Hacía tan solo diez años era yo quien recorría aquellas calles con mis amigos, en busca de algo que nos diera un poco de diversión. El barrio es así: las horas muertas se pasan en la calle.
La miro. Está muy nerviosa. Ahora piensa que no debería haber propuesto el salir del despacho. No sabe a dónde ir conmigo. Soy como una sombra molesta que la sigue con la mirada allá a donde va. Al otro lado de la acera hay un parque. Hay varios chicos que se han levantado al vernos. Ella les hace un gesto con la mano esbozando una pequeña sonrisa y pasamos de largo. Está claro que no quiere que entre en su círculo de amistades. No me importa. No necesito ir a ese parque para saber que hay ahí. Aquellos chicos son como gorilas en celo. En otro tiempo, yo también estaba sentado en aquellos bancos, fumando y bebiendo hasta caer inconsciente.
- ¿A dónde vamos? -le pregunto.
- Mmmm... -ella hace un gesto de indiferencia. Encoje sus hombros sin parar de mirar al frente y se enciende otro cigarro.
- ¿Te apetece un café? -propongo.
- Bueno... -me responde con aún más indiferencia que en la anterior ocasión.
Entramos en la primera cafetería que encontramos abierta. Ella siempre se sienta en la mesa más cercana a la puerta. No se si es algún tipo de claustrofobia leve o simplemente que le gusta estar en ese lugar para poder salir corriendo si la ocasión lo permite. Pedimos café con leche y cortado y ella se queda mirando al vacío. Definitivamente no soy bienvenido.
- ¿Sabes? -le digo cogiendo un cigarro de su paquete para intentar atraer su atención - Creo que no te he contado la historia de mi amigo el Charlie.
- Hoy no tengo humor para tus historias -me replica bruscamente.
- ¿Por qué? ¿Te ha ocurrido algo? Ya sabes que de aquí no va a salir -le respondo intentando calmarla.
- ¿Y a ti qué te importa? Además, aunque te lo dijera no lo comprenderías. A mi no me comprende nadie. ¿No ves que estoy loca? Si no, no me dejarían todas las tardes contigo -dice ella intentando zanjar la conversación.
Me quedo pensativo. Ahora mismo estoy en un terreno peligroso. Siempre me ha gustado porque creo que es como un juego. Las personas somos como cofres cerrados llenos de ponzoña. La mayor parte de nosotros sólo necesitamos que alguien nos oiga, aunque no nos escuche, para así descargar toda la ira que hemos ido acumulando con el contacto social. Pero, como los cofres, tenemos un candado que impide que nos abramos. Mi misión es encontrar una palabra que sea la llave de ese candado para poder así limpiar el interior del cofre. Muchos de mis compañeros de gremio, me han dicho que esa no es una visión completa de la psicología, y, es más, me han llegado a decir que puedo llegar a ser peligroso como terapeuta, pero una media de matricula de honor en mi expediente me avala ante posibles especulaciones.
Sin embargo, ella es uno de los casos más difíciles que me he encontrado hasta ahora. Ya ha pasado por cinco psicógolos y ninguno de ellos ha sido capaz de avanzar ni una sola milésima. Tampoco es que yo haya obrado el milagro y en un par de sesiones haya conseguido diagnosticar y hacer que ella solucione sus problemas, pero sí que he conseguido algo que otros no han hecho: desde que la estoy tratando no ha agredido ni a su hermana ni a su perro.
Es evidente que hay un trastorno de personalidad en ella, un desorden mental propio de la adolescencia que se acentúa con algo que todavía no he logrado averiguar. El problema es que llevamos demasiadas sesiones, y esta pobre chiquilla está entrando en un umbral de exclusión social. Puede que en estos tres meses de terapia haya suavizado su comportamiento, pero el problema sigue estando ahí, y en realidad estoy tan perdido como los otros cinco compañeros que han seguido su diagnóstico.
De repente ella me mira. En esta ocasión mi silencio le ha incomodado. No sé por qué.
- Tengo problemas -me susurra sin dejar de mirar su taza medio vacía de café con leche.
(Continuará)
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahhh me está gustando la história¡¡ ahora que todo se hace en masa empiezan a haber demandantes de nuevas terapias individualizadas y originales que les hagan creer que no son un número más... en fin buena historia me mola.